«Para no acabar haciendo el necio, prefiero no empezar haciendo el listo»
William de Baskerville («El nombre de la Rosa»)
«[…] sin embargo, imaginando órdenes falsos habéis encontrado algo…»
Adso de Melk («El nombre de la Rosa»)

martes, 1 de enero de 2019

Compendio del Manifiesto Convivencialista (Convivialista)

https://drive.google.com/file/d/1D9My5iz10hzbmnDWIupjwEiqlA9VS8i4/view?fbclid=IwAR2WijHtE-WtKcwde-RmBWb2iqOJRmzD7iD8FfIMbBp0H4_9OLW0tIkpzMI

COMPENDIO DEL
MANIFIESTO CONVIVIALISTA
declaración de interdependencia[1]

Nunca la humanidad dispuso de tantos recursos materiales y tantas competencias técnicas y científicas. Considerada en su totalidad, es rica y poderosa como nadie hubiera podido imaginarlo en los siglos pasados. Nada demuestra que sea más feliz así. Pero nadie desea volver atrás, porque cada uno siente que más posibilidades nuevas de realización personal y colectiva se abren cada día.
Sin embargo, nadie puede creer ya que esta acumulación de potencia pueda continuar eternamente, tal cual, en una lógica de progreso técnico que no cambia, sin volverse contra sí misma y sin amenazar la supervivencia física y moral de la humanidad. Las primeras amenazas que nos asaltan son materiales, técnicas, ecológicas y económicas. Amenazas entrópicas. Pero somos mucho más impotentes cuando se trata de imaginar respuestas al segundo de amenazas. Las amenazas morales y políticas. Las que podríamos calificar de antrópicas.

El problema primero

Se da constancia de que la humanidad supo realizar progresos técnicos y científicos fulminantes, pero sigue siendo tan impotente para resolver el problema esencial: ¿cómo manejar la rivalidad y la violencia entre los seres humanos? ¿Cómo incitarlos a cooperar permitiéndoles oponerse sin matarse? ¿Cómo obstaculizar la acumulación de potencia, ahora ilimitada y potencialmente autodestructiva, sobre los hombres y la naturaleza? Si la humanidad no sabe contestar rápidamente a esta pregunta, desaparecerá, a pesar de que todas las condiciones materiales estén reunidas para que prospere. Con la condición de que tomemos definitivamente conciencia de su finitud.
Disponemos de una multitud de elementos de respuesta: los que aportaron a lo largo de los siglos las religiones, las morales, las doctrinas políticas, la filosofía y las ciencias humanas y sociales. Y las iniciativas que se dirigen hacia una alternativa a la organización actual del mundo son numerosísimas, sostenidas por decenas de miles de organizaciones y asociaciones, y por decenas y centenares de millones de personas. Se presentan bajo nombres, formas o escalas muy variadas: la defensa de los derechos humanos, de los ciudadanos, de los trabajadores, de los desempleados, de la mujer o de los niños; la economía social y solidaria con todos sus componentes: las cooperativas de producción o de consumo, el mutualismo, el comercio equitativo, las monedas paralelas o complementarias, los sistemas de intercambios locales, las numerosas asociaciones de ayuda mutua; la economía de la colaboración digital (cf. Linux, Wikipedia, etc.) ; el decrecimiento y el postdesarrollo; los movimientos slow food, slow town, slow science; la reivindicación del buen vivir, la afirmación de los derechos de la naturaleza y el elogio de la Pachamama; el altermundialismo, la ecología política y la democracia radical, los indignados, Occupy Wall Street; la búsqueda de indicadores de riqueza alternativos, los movimientos de la transformación personal, de la sobriedad voluntaria, de la abundancia frugal, del diálogo de las civilizaciones, las teorías del care, los nuevos pensamientos de los commons, etc.
Para que estas iniciativas tan ricas puedan contrarrestar las dinámicas mortíferas de nuestros tiempos con la potencia suficiente y que no se vean reducidas al papel de simple protesta o paliación, es imperativo juntar sus fuerzas y energías, de ahí la importancia de subrayar y nombrar lo que tienen en común.

Del convivialismo

Lo que tienen en común es la búsqueda de un convivialismo, de un arte de convivir (con-vivere) permitiendo a los humanos que los unos cuiden de los otros y de la Naturaleza, sin negar la legitimidad del conflicto pero convirtiéndola en un factor de dinamismo y de creatividad. Un medio de conjurar la violencia y las pulsiones de muerte. Para obtenerlo, necesitamos ahora, con toda urgencia, un fondo doctrinal mínimo que se pueda compartir y que permita resolver al mismo tiempo las cuatro (más una) cuestiones básicas, poniéndolas a escala planetaria:
La cuestión moral: ¿qué pueden esperar los individuos y qué deben prohibirse?
La cuestión política: ¿cuáles son las comunidades políticas legítimas?
La cuestión ecológica: ¿qué podemos tomar de la naturaleza y qué debemos devolverle?
La cuestión económica: ¿qué cantidad de riqueza material podemos producir, y cómo hacerlo para seguir de acuerdo con las respuestas dadas a las cuestiones moral, política y ecológica?
Uno puede, si quiere, añadir a estas cuatro cuestiones la de la relación con la sobrenaturaleza o lo invisible: la cuestión religiosa o espiritual. O más bien: la cuestión del sentido.

Consideraciones generales:

El único orden social legítimo que se puede universalizar es él que se inspira de un principio de humanidad común, de socialidad común, de individuación y de oposición controlada y creadora.

Principio de humanidad común: más allá de las diferencias de color de piel, de nacionalidad, de lengua, de cultura, de religión o de riqueza, de género o de orientación sexual, hay una única humanidad que será respetada siempre y cuando sus miembros se respetan entre sí.


Principio de socialidad común: los seres humanos son seres sociales para quienes la mayor riqueza es la riqueza de sus relaciones sociales.

Principio de individuación: respetando los dos primeros principios, la política legítima es la que permite a cada uno asentar lo mejor posible su individualidad singular en marcha, desarrollando su potencia de ser y actuar sin perjudicar a la de los demás.

Principio de oposición controlada y creadora: porque cada uno tiene vocación de manifestar su individualidad singular, es natural que los humanos puedan oponerse. Pero es legítimo que lo hagan siempre que eso no pone en peligro el marco de socialidad común que convierte esta rivalidad en rivalidad fecunda y no destructiva.

De estos principios generales deducimos:

Consideraciones morales:
Cada individuo puede esperar recibir un reconocimiento de igual dignidad que todos los otros seres humanos, acceder a las condiciones materiales suficientes para llevar a cabo su concepción de la vida buena, en el respeto de las concepciones de los demás.
Lo que le está prohibido es caer en la desmesura (la hubris de los grecos), i.e. de violar el principio de humanidad común y de poner en peligro la socialidad común.
De manera concreta, el deber de cada uno es luchar contra la corrupción.

Consideraciones políticas:
En la perspectiva convivialista, un Estado o un gobierno o una institución política nueva pueden admitirse como legítimos únicamente si:
– Respetan estos cuatro principios de humanidad común, de socialidad común, de individuación y de oposición controlada y si facilitan la aplicación de las consideraciones morales, ecológicas y económicas que derivan de ellas;
Más precisamente, los Estados legítimos garantizan a todos sus ciudadanos más pobres unos recursos mínimos, unos ingresos básicos, cual sea su forma, que los mantengan protegidos de la abyección de la miseria y que prohíban progresivamente a los más ricos - via la instauración de ingresos máximos - caer en la abyección de la riqueza extrema superando un nivel que impediría que los principios de humanidad común y de socialidad común sean operantes;

Consideraciones ecológicas:
La humanidad ya no puede considerarse como poseedor y dueño de la Naturaleza: lejos de oponerse a ella, forma parte de ella, por tanto debe reanudar con ella, al menos de manera metafórica, una relación de donación/contradonación. Para dejar a las generaciones futuras un patrimonio natural preservado, el Hombre debe devolver a la Naturaleza tanto o más de lo que le saca o recibe de ella.

Consideraciones económicas:
No hay ninguna correlación probada entre riqueza monetaria o material de un lado y felicidad o bienestar del otro. El estado ecológico del planeta lleva necesariamente a buscar todas las formas posibles de una prosperidad sin crecimiento. Por eso, es necesario, para alcanzar una economía plural, de instaurar un equilibrio entre Mercado, economía pública y economía de tipo asociativo (social y solidaria), según los bienes o servicios a producir son individuales, colectivos o comunes.

¿Qué hacer?

No hay que ocultar que para conseguirlo, tendremos que enfrentarnos con potencias enormes y temibles, tantas financieras como materiales, técnicas, científicas, intelectuales, militares o criminales. Contra estas potencias colosales y a menudo invisibles o ilocalizables, las tres armas principales serán:
- La indignación sentida frente a la desmesura y a la corrupción, y la vergüenza infundida a los que, de manera directa o indirecta, activa o pasiva, violan los principios de humanidad común y de socialidad común.
– El sentimiento de pertenencia a una comunidad humana mundial.
– Mucho más allá de las « elecciones racionales » de cada uno, la movilización de los afectos y de las pasiones.

Ruptura y transición

Toda política convivialista concreta y aplicada tendrá necesariamente que tomar en cuenta:
- El imperativo de la justicia y de la socialidad común, implicando la resorción de las desigualdades vertiginosas que han estallado en el mundo entero entre los más ricos y el resto de la población desde los años 1970.
- La preocupación de dar vida a los territorios y localidades, y así territorializar y localizar de nuevo lo que la globalización externalizó demasiado.
- La absoluta necesidad de preservar el medio ambiente y los recursos naturales.
- La obligación imperiosa de hacer desaparecer el desempleo y de ofrecer a cada uno una función y un papel reconocidos en actividades útiles para la sociedad.

La traducción del convivialismo, concretamente, es articular las respuestas a la urgencia de mejorar las condiciones de vida de las clases populares y la de construir una alternativa al modo de existencia actual, tan lleno de amenazas múltiples. Una alternativa que dejará de hacer creer que el crecimiento económico infinito pueda ser todavía la respuesta a todos nuestros problemas.

sábado, 14 de octubre de 2017

¡Madre! de Aronofsky, mito, cuerpo y crítica


Uno de los retos característicos de nuestra época es lo que Marcuse llamaba unidimensionalidad. Si bien se promueve por todas partes la creatividad e innovación, y se alienta el pensamiento “fuera de la caja”, no deja de ser paradójico que nuestros lenguajes, pensamientos y aproximaciones a la realidad tienen cada vez más, a modo de red, canales de circulación bien definidos, puntos de acceso que rara vez salen de una llana unidimensionalidad. Lo que rompe con esta lógica usualmente corre el riesgo de quedar en la marginalidad o incluso en el ámbito de lo a-significativo. No es este el caso de la película ¡Madre! de Aronofosky. Quisiera señalar al menos cuatro aspectos que me parece hacen de ella una obra significativa, sugestiva y de alto valor:
  1. Es una constelación
  2. Maneja un lenguaje no conceptual sino de cuerpo
  3. Es una obra declaradamente cifrada
  4. La crítica de la razón divinizante

¡Madre! es una obra que no habla por definiciones ni conceptos, ni mucho menos con jerarquías temáticas, sino con cuerpos y con el cuerpo, con invasiones, desplazamientos, emplazamientos y desalojos. Obra que descaradamente incita a descifrarla, a seguir las pistas que abiertamente ofrece y que implica un recorrido que aumenta su ritmo e intensidad notoriamente, y que al hacerlo no nos hace participar de su proceso de gestación, nos hace comenzar a gestar algo en nosotros mismos –aunque sea malestar, en el caso de algunos– con la terrible limitante de no poder llegar a una palabra definitiva que nos permita decir lo que sólo ¡Madre!, sólo el cuerpo, puede decir… he ahí su desafío…

En primer lugar, es una constelación. Por más que se quiera decir cuál es la trama original, real, no es posible afirmar una sin caer en la cuenta de que bien podría ser otra. La estrategia empleada por Aronofsky para presentar su obra impide reducirla a un sólo tema. De hecho, no es posible hablar de un tema principal –que no es lo mismo que el argumento– sin darnos cuenta de que la esencia misma de la obra es su carácter de constelación: está hecho por la interacción de muchos temas entrelazados en una misma figura narrativa. No es simplemente una obra orgánica, ya que rebasa la mera organización y orden y muestra un mismo conjunto de elementos que evoca distintos temas sin poder distinguirlos como unidades separadas o con límites bien definidos. Al ser una constelación, el movimiento de uno de los elementos desencadena un efecto en el resto, altera el sentido de la historia, provoca cierto desconcierto y obliga a replantearse el lugar en que se creía estar. Dicho en otras palabras, al ver la película, cuando se cree haber captado su “sentido” sucede algo que no sólo sugiere sino que incluso obliga a reconsiderar todo. ¿Trata sobre relaciones humanas? ¿medio ambiente? ¿religión? ¿popularidad? ¿amor? ¿la devoción? ¿sexualidad? Los temas podrían seguir aumentando y la obra en vez de acotar y delimitar pareciera más bien aumentar los campos temáticos posibles.
Así pues, no veo viable afirmar un tema en específico como el principal, sino que más bien exige escoger uno de los puntos temáticos y dejar que el juego de constelación nos conduzca, nos mueva, y nos haga pasar muchas veces por los mismo puntos de la constelación, siempre dejándonos ver otro enfoque, mientras que se tiene la sensación de que la comprensión de la película se escabulle y escapa de las manos, y deja sólo eso, nuestras manos, lo que está en nuestras manos…

En segundo lugar, ¡Madre! maneja un lenguaje no conceptual sino de cuerpo. Este punto requiere una explicitación acerca de a qué me refiero con lenguaje de cuerpo. Hablo de un lenguaje de sensibilidad, de afectos, relaciones, movimientos e interacciones corporales. De algo tan cotidiano que no se experimenta sino como parte del propio cuerpo. A pesar de los excesos y posibles exageraciones de ciertos sucesos, no es posible no reconocer lo que aparece como carne de la vida diaria, carne del cuerpo de la humanidad. Aún quien no haya vivido la experiencia de pareja difícilmente no comprenderá lo que se mueve en la película –en la pantalla y en el espectador–, ese lenguaje de los afectos, de lo sensible, que no busca significados y sin embargo nos resulta tan iluminador por “conocido”. Tal vez los excesos en la película nos exigirían causalidad, explicación, incluso verosimilitud, pero aún así, en el lenguaje de cuerpo –ese que remite incluso a la experiencia de sí, a la experiencia en primera persona– no parece haber secreto o conocimiento velado alguno. 
Sin duda el elemento discursivo es relevante, pues brinda cierta claridad en momentos claves. No obstante, el manejo de los afectos, elementos sensibles –figuras, sonidos–, los gestos corporales, la ausencia, presencia y multiplicación de cuerpos y su alteración y destrucción forman parte de la peculiaridad de la obra. El alcance de este lenguaje desborda el ámbito de la pantalla misma y es capaz de producir movimientos, afectos, en los mismos espectadores. 
La efectividad del lenguaje empleado tiene que ver con la exigencia del uso de los sentidos a lo largo de toda la película. Captar detalles básicamente obvios, en el sentido de que Aronofsky no los oculta ni introduce de forma sutil. No, se trata de detalles descarados, abiertos y muy explícitos. La sensibilidad no sólo es provocada, sino que comunica todo el tiempo. Sólo la excesiva fijación racionalista o explotadora –que pretende alcanzar la “esencia” de inmediato y poder extraerla, contenerla y delimitarla– impide acceder a dicha comunicación.
Cabe un giro más aún. Al decir “¡Madre! maneja un lenguaje de cuerpo” no me refiero sólo a la película, sino a la protagonista misma de la historia (personificada por Jennifer Lawrence). Este personaje, es quien aporta todo este lenguaje de cuerpo, porque es cuerpo, es la casa, es la tierra, es el cuerpo-sentido (con sus cuatro acepciones: 1) cuerpo que es sentido, experimentado; 2) cuerpo que es lugar para todo sentido posible, sea sensible como de significación; 3) cuerpo que encarna todo sentido, pues el sentido del mundo, de la vida, del sentido mismo, sólo tienen lugar en el cuerpo, como cuerpo, cuerpo-cuerpo, cuerpo-casa, cuerpo-tierra; 4) cuerpo-sentido, es decir el que da dirección, que es la posibilidad de toda orientación y determinación, el cuerpo que hace posible hablar de historia). Ver la película siguiendo a “Madre” desde este enfoque nos permite acceder a su comunicación malograda, tan impotente que tiene un explosivo desenlace revelando, paradójicamente, su gran potencia. Su mismo devenir madre nos sugiere que ¡Madre! está siempre en proceso de gestar, por eso las obras continuas, la inspiración al poeta, la vida del bebé, la misma condición de inacabamiento de la película…

En tercer lugar, es una obra declaradamente cifrada, o lo que es lo mismo, que interpela y exige ser descifrada. No se trata de una historia detectivesca, pues desde el principio los elementos clave se brindan de forma abierta, descarada, visiones, sonidos, objetos cuya textura y encanto son prácticamente palpables. No hay secretos, excepto los que vienen por la intrusión del lenguaje. En efecto, los secretos son evidentes: no se sabe qué dice realmente la obra del poeta, no hay nombres, o más aún, no hay “quien”. El lenguaje mantiene su secreto hasta el final, pues aún en las declaraciones finales, no hay nombres, no hay conceptos, no hay verdades, sólo movimiento de afectos, apertura y cierre de espacios. Todo lo demás es completamente abierto. Toda pretensión de secreto es anulada por la intervención del lenguaje en los personajes, desde el intento de descifrar la razón de ser de la relación entre los protagonistas principales por parte de la mujer, el deseo de tener hijos, hasta las preguntas finales por la identidad de los protagonistas. 
Respecto a las pistas esparcidas de forma descarada y notoria a lo largo de la obra podemos decir que Aronofsky no oculta nada. Hay corazones por todos lados, en el muro, en el piso, en el retrete, como joya en el cuarto del poeta. Los pies descalzos recorren todo el escenario, lo mismo que un cuidado declaradamente natural –o naturista– de cuanto aparece. Ni siquiera el desenlace es ocultado, pues ya las primeras escenas parecen abrir una inclusión a modo de paréntesis que sugiere ya lo que ha ocurrido. Las ausencias prolongadas del portador del lenguaje, del poeta y creador, desde la primera escena y a lo largo de toda la obra son notorias, reiteradas así como también la impotencia experimentada por la protagonista al no ser tomada en serio por nadie. ¿A dónde nos llevan estas pistas? No a una moraleja, no a un conocimiento útil, sino al descifrar mismo que implica entrar en la constelación. No queda claro si la historia plasmada es una especie de eterno retorno de lo mismo, o bien una sucesión inanticipable de intentos del tipo prueba y error con posibles márgenes de mejora, o bien a una crítica del lenguaje mismo, que en su relación con el cuerpo, con la tierra, el habitar y la casa no deja de causar con su secreto y su pretensión reveladora la invasión del exceso, llámese amor, violencia, hospitalidad, sinsentido, vida o gracia. Tal vez no sea sino un mito, mito que hablando en términos humanamente cotidianos hace entrar toda la historia sin explicar nada y, a la vez, haciendo caer en la cuenta de todo. 

Finalmente, al hacer recuento de todo lo anterior se entiende la presencia de elementos religiosos. Si ¡Madre! asume el lenguaje de los mitos no puede sino reintroducirnos en el campo de lo religioso a manera de una crítica de la razón divinizante –o del lógos divinizante, es decir, de la palabra, el lenguaje que a la vez establecen como divino a algo y se eleva a sí mismo a nivel divino, como poder omnipotente.
A pesar de las distintas evidentes alusiones a tópicos bíblicos, no es posible afirmar que la obra pretenda ser exposición o crítica de las religiones inspiradas en el texto bíblico, pues la selección hecha por Aronofsy deja fuera elementos clave de la Biblia que son determinantes tanto para la redacción como para la determinación de la teología misma de la Biblia –la imagen de Dios que le es propia–, a saber: el Éxodo y la Alianza. Sin éstos, ni siquiera el nuevo testamento resulta legible, al menos no sin pretender reducirlo a una colección de anécdotas y dichos. Sin embargo, es clara la crítica que hace a la figura de la divinidad que, por un lado, es todo hospitalidad, compasión, comprensión, incluso consuelo –aunque parezca que no dice realmente nada con sus discursos– pero por otro parece desvinculado del cuerpo, de la casa, de la tierra. Una divinidad centrada en sí misma, en el culto al lenguaje mismo, de números –como multitudes– pero incapaz de justicia, de límites, de copular… una divinidad que necesita sacrificio para crear y que a la vez se alimenta de la nada y miseria de otros, de sus historias y dramas para poder ser algo. Crítica religiosa, muy probablemente, pero también crítica del Yo posmoderno, políticamente correcto, capaz de generosidad, de fiesta y de crear conmovedoras historias, inclusive de ser maestro en la explotación del secreto del lenguaje, pero incapaz de impedir el sacrificio de otros, de ser cuerpo ya que se reduce a sí mismo a discurso –discurso que conserva reliquias de lo que ya no es capaz de crear por sí mismo: amor, entregarse, renunciarse–, discurso vacío que sólo recomienza siempre desde cero –pues parece no tener tradición–, que dice amar pero no tiene capacidad de intimidad por dispersarse en la exterioridad de la popularidad, del ser “público”. Una individualidad intocable, ya que ni las llamas ni la explosión acabaron con ella, sino que prevalece en su ficción mientras todo lo demás se reduce a cenizas, por lo que sólo conserva una melancolía cada vez más profunda junto su nostalgia depresiva de lo real, lo real que ha perdido y del cual se aleja cada vez más. La omnipotencia cada vez más impotente de la divinización posmoderna es testigo en ¡Madre! de la potencia vital y explosiva de la impotencia de la mortalidad de lo finito, del cuerpo, de la tierra, del habitar. Acaso tal vez se trate de hacer volver a la humanidad al mundo-cuerpo… o bien, de una «visitación» del cuerpo que recuerda la crítica nietzscheana: ¡Casi dos mil años y ni un solo dios nuevo! 




domingo, 4 de septiembre de 2016

¿Defender a la familia o a las familias? Una propuesta para repensar la situación

Ha sido convocada para el próximo 10 de septiembre de 2016, en distintas partes de México, la realización de una Marcha por la Familia. No es un fenómeno aislado, y de forma preocupante, pareciera ser el resurgimiento de movimientos de extrema de derecha que abanderando la "defensa de los valores" reintroducen en la sociedad nuevos marcos de discriminación de sectores muy específicos de la población. No atribuyo mala voluntad a quienes las convocan, ni a quienes piensan participar. Tal cosa me resulta imposible de comprobar y no lo considero como argumento útil o razonable. Sin embargo, eso no obsta para recordar que siempre la buena voluntad es la más susceptible de realizar los males más terribles, e incluso apelando a los valores más sublimes

Es de llamar la atención que como movimiento centrado en la defensa de los valores, dicha defensa no ha causado marchas (u otro tipo de acciones no asistencialistas sino de cambio estructural) contra un individualismo exacerbado que deteriora los vínculos y las posibles formas de solidaridad (en ciertos casos las leyes mismas prohiben el tender la mano a quien lo necesita o incluso desalientan la solidaridad mediante sanciones y multas), ni contra el exceso de capital acumulado en las manos de unos cuantos (y del cual hacen derroche) mientras otros aun con el más honrado de los esfuerzos difícilmente obtiene lo necesario para una supervivencia digna, ni contra reformas de la educación que enfatizan la capacitación de los ciudadanos como mano de obra mientras relegan otros ámbitos de formación que no corresponden a los intereses de las grandes empresas. Al parecer, dentro de la escala de valores de la sociedad mexicana que organiza marchas como la convocada para el 10 de septiembre no se consideran suficientemente valiosos valores como la solidaridad, la justicia distributiva y la formación de una mentalidad crítica y políticamente organizada –al menos no como para organizar nacionalmente marchas masivas. Claro que esto amerita ciertas matizaciones: a los círculos más bienestantes y posicionados en situaciones privilegio les resulta fácil acceder a formas de solidaridad condescendiente (incluso voluntariados en el extranjero), a puestos competitivos a nivel de ingresos y de posibilidades de desarrollo profesional y personal de modo que pueden realmente competir por ascender y "progresar" (y podrán decir que tienen las mismas posibilidades que cualquier otro, en teoría), y más todavía, a una serie de prácticas artísticas y culturales de innegable valor y belleza, pero que no se puede negar son –tendencialmente– propias de una élite. Con todo eso, un cierto sector puede ampararse de la crítica apenas hecha. Por otra parte,  aunque haya abundantes historias de personas cuyo esfuerzo y dedicación las colocaron en lugares de excelencia deportiva, académica o laboral, el abuso de estos testimoniales no es sino una buena estrategia para ocultar que hay millones de personas en situaciones poco favorables o muy desfavorecidas que no formarán parte de esas historias, mientras hay un grupo mucho más reducido que sin necesidad de pasar tantas penurias y realizar tanto esfuerzo podrá sobresalir. La historia de los que sobresalen desde abajo se reduce a mera inspiración de "los de abajo", cegándolos para ver la contraparte: un sistema injusto que favorece a unos ya favorecidos y se desentiende de los empobrecidos; así se le niega a esas historias el valor de crítica de un sistema que privilegia a algunos que pueden darse el lujo de derrochar lo que otros tanto anhelan. El "éxito de los de abajo" es aplaudido, pero no genera cambio social alguno: las cosas siguen igual, pues los que siempre han batallado lo seguirán haciendo y los que tienen el plato servido lo seguirán teniendo sin inmutarse un poco. Con todo y su bondad, el valor del esfuerzo de superarse –típico valor neoliberal y bien visto por los sectores privilegiados– oculta y/o elimina del horizonte el valor de la justicia social y económica. En el mercado de los valores el éxito ha desplazado a la revolución, o más aún, a la justicia. Los valores no son neutrales ni inocentes, juegan un papel dentro del campo sociopolítico y económico.

Por tanto ¿qué valores determinan el interés de esta marcha? es mi pregunta, o mejor aún ¿qué intereses determinan los valores que promueven esta marcha?. Ante lo mencionado en el párrafo anterior, me atrevo a decir que son los valores (e intereses) de una clase, de un sector muy específico: son los valores de quienes no tienen que preocuparse tanto por sobrevivir, ni por su calidad de vida ni por pensar críticamente, pues cuentan con los muros suficientes –físicos, morales e intelectuales– para despreocuparse de lo que ocupa y preocupa a la mayoría de la población. Tales valores determinan la jerarquización de los demás valores: por ello vale más defender un modelo de familia que luchar contra el individualismo exacerbado, contra la acumulación del capital en unas cuantas manos, contra la reducción de la educación a mera capacitación laboral; o bien , simplemente se desvincula fácil y prácticamente el valor de la familia de otros valores como la justicia, solidaridad, Derechos humanos, etc.  
Esto no significa que no haya una porción significativa de la sociedad que apoye dichos valores aun sin pertenecer a clases altas. De hecho, es posible que en la marcha llegue a participar mucha gente de escasos recursos (aunque probablemente no haya participación del sector más marginado y en extrema pobreza), pues si hay algo que la globalización ha favorecido es la universalización de valores que corresponden a una forma de vida que sólo es de unos cuantos, o bien, de un grupo muy específico: los de la burguesía, los bienestantes (para muestra, basta con identificar el nivel de vida de las vidas reflejadas en telenovelas, películas, novelas, videos, publicidad. En su mayoría son de clase alta y cada vez nos parecemos más a los protagonistas de esos productos culturales, sea en la apariencia como en los ideales de vida). Si bien no todos acceden a los medios que permiten formar parte o aparecer como pertenecientes a ese nivel de vida medio-alto o alto, los ideales de vida sí parecen estar bien identificados con los ideales burgueses y de los económicamente pudientes. Dicho de otro modo, habrá quien sostenga los valores que animan la marcha sin darse cuenta de que, al participar en ella en los términos en que está planteada, contribuye a beneficiar los intereses que limitan o marginan su situación de vida respecto a posibilidades de mayor libertad, dignidad y mejora en calidad de vida. Esto no quiere decir que considerar a la familia como un valor sea ser cómplice de una injusticia, sino que el modo como se pretende defender y posicionar a la familia como valor puede ser engañoso y hasta contraproducente. Para ilustrar esto va el siguiente comentario:

Las consignas que animan la marcha resultan contradictorias desde este punto de vista: 
a) proclama la protección de la vida en todas sus etapas mas no se involucra de forma efectiva y con la misma intensidad en la defensa de la vida en la situación de precariedad laboral, de represión policíaca en zonas urbanas de extrema marginación, ni siquiera en las demandas de familiares de desaparecidos. ¿Qué vida se pretende defender? ¿No tendría que luchar de suyo no por una exigencia al gobierno de mayor bienestar sino por un cambio en el sistema económico también aunque implicara pérdidas a nivel personal e institucional?
b) aboga por la libertad religiosa y moral de los padres de familia pero no parece haber disposición para lidiar con la libertad religiosa y moral de otros seres humanos, de modo que, a través del diálogo y conforme a un Estado democrático y laico, sea posible llegar a un consenso, aunque tenso, que permita mantener las bases tanto de esa democracia tan proclamada como de los derechos que, de suyo, deberían ser de todos. ¿Qué puede fundamentar reivindicaciones de libertad para unos y negarlas a otros?
c) enfatiza la búsqueda del Bien común mas se desentiende del Mal común que aqueja a la sociedad y más aún, aparentemente excluye a otros de su participación en ese Bien común (la ley debería ser un Bien común en tanto que protege a todos contra los excesos de algunos, o de todos, y aun así, millones en México carecen de los beneficios de ese Bien común). Si no hay preocupación y empeño efectivos por una sociedad más justa en ámbitos que no son del ámbito privado sino de las condiciones de existencia de los ciudadanos ¿de qué Bien común se habla entonces? ¿de uno que prefiere mantener todo como está (porque así es por naturaleza y tradición)?
d) defiende la estructura natural de la familia mas no asume la estructura cultural (o no-natural) de la sociedad. Hablar de estructura natural de la familia constituye un particular fenómeno paradójico: la pretensión de la existencia de una institución natural. Además de lo problemático de esa figura, la lectura de lo natural dependería también del enfoque concreto desde el que se aborda esa naturalidad, pues no se alude a la naturalidad sino con una intencionalidad específica (se quiere justificar o probar algo): natural porque es útil para la supervivencia, natural porque el instinto lo determina, natural porque la ley lo decreta... ¿qué ocurre si ya no es tan útil? ¿si el instinto conduce a otra cosa? ¿si la ley dicta algo distinto? No pretendo discutir los aspectos filosóficos o ideológicos de este punto, después de todo, en tanto que convicción, desde el punto de vista político cualquier ciudadano puede proponerlo y defenderlo (y no es mi interés dirimir la cuestión).

Para concluir, sugiero tomar en cuenta lo siguiente: 
1) no basta considerar a la familia como un valor y defenderlo, hay que poner atención al cómo se pretende posicionar y defender dicho valor de modo que no termine causando males en nombre del bien; 
2) conviene considerar que más que ser "Defensa de LA familia" es defensa de UN modelo de familia (y que no tiene por que ser el único ni universal), cuando la defensa de una institución se enfoca en la forma y descuida contenidos suele tener efectos terribles para quienes forman parte de ella, el peso de la Ley aplasta a las personas;
3) si se pretende realmente defender a la familia, antes habría que preocuparse por y ocuparse en defender a las familias concretas existentes (sea cual sea su configuración) de cuanto amenaza su existencia: pobreza extrema, precariedad laboral y desempleo, violencia, manipulación y tortura psicológica, injusticia y desigualdad, discriminación, exclusión y marginación, desaparición forzada, tortura, enriquecimiento desproporcionado de unos cuantos, meritocracia, ideologías paternalistas, etc. 

Defender un modelo ideal de familia sin defender a las personas y familias concretas y sus condiciones de existencia es un engaño perversoSi quien participa en esa marcha no está en disposición de vivir pérdidas efectivas (en su estilo de vida, recursos, ingresos, etc.) para una sociedad más justa y sin desigualdad, para todos y todas, muy posiblemente su defensa de la familia no sea sino la defensa de un estilo de vida, que poco tiene que ver con la familia, y sí mucho con un sistema económico e intereses de unos cuantos que continuamente sacrifica lo que se pretende defender: familias.

Nota: Por si no quedó claro, este texto no ha abordado las motivaciones de tipo religioso aludidas para la marcha, ni tampoco la cuestión de la homosexualidad. La finalidad del texto es provocar a un examen crítico y de conciencia para tomarse en serio lo que se proclama, con todo y sus implicaciones. En función de no quedar en lo teórico sin compromiso práctico, el orden no sería primero "la familia" y luego las familias sino al revés, primero luchar por las familias y entonces, tal vez entonces, podamos entender mejor qué está en juego en el debate sobre "la familia" (y no es sólo la mía).
Albergo la esperanza de que esto ayude a pensar más a fondo lo que se presume suficientemente claro... pero no es suficiente.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

La silla...

Estoy mirando una silla.
Está vacía, como sin espera.
Sin embargo, ella hace hablar a los libros que tengo a mi lado.
Al hablarme ellos hablo yo, pero no soy yo.
No es su voz. Es la mía.
La voz que me dan con sus palabras.
Mientras, la silla no espera, pues ella es espera materializada.
Leyendo la silla, vivo de una misteriosa nada.

viernes, 28 de junio de 2013

El arte está por advenir: Duchamp, el espectador y la obra de arte



El arte no es pasado sino que está por advenir. El interés de Duchamp por los artistas y espectadores más que por el arte explicita un arraigo del arte en la historia, como un proceso histórico, social, intersubjetivo. Duchamp, lo mismo que Hegel en sus “Lecciones de estética”, se pregunta por la producción de la obra de arte, pero su orientación hacia el advenir (o posteridad en términos de Duchamp) no sólo replantea las preguntas, sino que plantea un proceso creativo muy distinto del movimiento dialéctico hegeliano, y propone una provocadora perspectiva para abordar temas que también ocuparon a Hegel como la posición o lugar del arte en el mundo y el interés por el “lado intelectual de las cosas” más que los aspectos físicos de la obra.
¿En qué consiste esta orientación del arte hacia el advenir? Ciertamente no en la espera de un objeto proveniente del futuro. Duchamp no es idealista, al contrario, parece tener una visión profundamente histórica de la obra de arte. A diferencia de Hegel, la historicidad de la obra de arte no es inherente a la obra misma, en el sentido de que no se trata de un proceso de autodespliegue o producción de sí misma por sí misma. Aunque pueden contar de algún modo, el proceso, la técnica, el artista, no son determinantes del estatus de la obra como obra de arte, no bastan para que una obra sea obra de arte. La peculiaridad de la historicidad en la obra de arte según Duchamp proviene del papel que atribuye al espectador, en torno al cual se desarrolla y resuelve cierta tensión de pasado, presente y futuro. Mientras el pasado es constituido por el carácter de ready-made de la obra, es decir de su partir de algo ya hecho, de advenir en algo previamente manufacturado, el futuro nos remite a la espera del espectador, quien con su presencia y participación en el proceso creativo da lugar al presente de la obra de arte, a su presentación como tal. En otros términos, se trata de una historicidad construida no sobre una abstracción temporal sino sobre la base de la participación de sujetos en el proceso creativo. La realidad de la obra de arte depende directamente del mundo relacional en que ésa se inscribe.
La introducción del espectador dentro de la obra de arte representa una alteración radical en lo que podría llamarse la condición “ontológica” de la obra de arte. No hay obra de arte sin espectador. En consecuencia, el papel del espectador adquiere una relevancia muy peculiar, ya que por su incorporación en el proceso creativo actúa como reactivo que da lugar a una “transmutación” de la materia y del tiempo, abandonando el rol pasivo de “mero espectador” y haciendo explícitos contenidos expresados a diferentes “profundidades” de la obra, e incluso algunos no proyectados por el artista.
De este modo, al afirmar que el arte no es pasado, sino que está por advenir, lo que se  señala es la ruptura que introduce una doble suspensión en el acto creativo. Por una parte, el artista resulta insuficiente para crear una obra de arte. Existe una distancia, una diferencia, una tensión entre su proyecto, su intención y lo que logra expresar (“coeficiente de arte”), pero no significa que la obra por sí misma exceda al artista. La obra va comprendida dentro de un horizonte relacional en el que se sitúan sea el artista sea el espectador. Por otra parte, la obra de arte permanece suspendida, en cierto modo sin lugar en el tiempo y el espacio debido a que no hay obra de arte mientras no intervenga también el espectador que, “descifrando e interpretando las cualidades profundas de la obra haga su contribución en el proceso creativo”. La vida de la obra de arte se mantiene a través de la intervención del espectador, pues en la obra de arte se da esta convergencia-concentración del tiempo y siempre a través del espectador.
El espectador funge pues como el gozne que hace accesible la obra de arte, y a la vez, que la inserta dentro del espacio social a través de la creación de espacios específicos para “ser espectador”: los lugares de exposición. Este último elemento está relacionado con el de la posteridad, que es la forma como Duchamp denominó el establecimiento “definitivo” de una obra como obra de arte.
En efecto, los museos, las galerías, las enciclopedias, desempeñan una doble función en torno a la obra de arte. Por una parte son espacios para constituirse como espectadores; por otra, son los espacios que precisamente por su capacidad de convocar espectadores se vuelven capaces también de determinar lo que puede ser considerado obra de arte o no. Como Duchamp lo muestra con sus ready-mades la diferencia entre un objeto ordinario y una obra de arte va relacionada también con el lugar en que ésta es localizada: un mingitorio es basura cuando está tirado en la calle, y es una obra de arte cuando se halla en una galería. En ambos casos pueden ser observados por espectadores, pero es en los lugares de la posteridad, en el museo o en la galería, donde los objetos se vuelven obra de arte. Sin embargo, dada la relevancia del espectador, cabe señalar el desplazamiento de los lugares de exposición, pasando de los museos y galerías a la calle y el internet. Dicho desplazamiento incrementa las posibilidades de perpetuación de la obra de arte, ya que la cantidad de espectadores no sólo aumenta sino que garantiza su reproducción y distribución.
Este desplazamiento significa una transformación relevante. El espectador se vuelve reproductor. La facilidad de acceder a obras de arte ready-made establece progresivamente un vínculo entre arte y reproducción: lo que se ve en internet o en la calle es reproducido. De este modo, la calidad de la obra de arte se mide por su reproducción, por dar de qué hablar (por ejemplo los videos en YouTube o fotografías con mensajes en Facebook). Como ya se mencionó antes, la obra de arte está inserta dentro de un entramado de relaciones, lo mismo que el espectador, lo que expone a la obra de arte a ser determinada también por la misma lógica que guía las relaciones sociales. Cuando la originalidad se convierte en reproductibilidad, el sujeto en búsqueda de su propia identidad se vuelve una copia más, mientras que su poder de participar en el proceso creativo se traduce en exaltación de lo ya producido y abundantemente reproducido. La continuidad histórica establecida por la participación en el proceso creativo progresivamente se ha convertido en incorporación en el proceso de producción-reproducción, o dicho en breve, ha sido el paso de creación a reproducción. En última instancia, parece que el reto para el papel del espectador en la actualidad consiste en poder definir si participa del proceso del arte o de la técnica, de modo que sea posible decir si el arte es algo del pasado o está nuevamente por advenir…             

jueves, 27 de junio de 2013

«A Dios no se le ve mucho por aquí»… Espíritu y elaboración de la ausencia



Hay una tremenda ausencia, se le percibe en el ambiente. La lectura de Hechos de los Apóstoles que narra el acontecimiento de Pentecostés lo describe así: Jesús está ausente. Interesante modo de hablar: está sin estar. Se parece al modo de hablar de la Promesa: está sin estar… aún; y al modo como hablamos de las cosas importantes de la vida: el amor, la libertad, la felicidad, la verdad, la amistad, todas ellas en realidad siempre están ausentes, no se ven. Vemos gestos, rostros, mas no son lo mismo, y no obstante, es mejor ver eso que nada, aunque sepamos que un rostro no es el amor, a veces sólo a través de un rostro podemos percatarnos un poco de su presencia.
En nuestro mundo Dios está ausente, no se le ve. La soledad toca cada vez más, y con mayor profundidad más vidas. La humanidad está ausente también… hay muchas personas tiradas en las calles, en las recámaras, en los desiertos. Hay quien se pregunta ¿dónde está Dios? ¿dónde está el amor? ¿dónde están los seres humanos? Aunque pocos se atreven a preguntarse ¿dónde está tu hermano?
Las ausencias invaden y el miedo nos vuelve ausentes, escondidos detrás de la máscara, detrás del deseo de felicidad-con-el-mínimo-riesgo-posible, detrás del mí mismo aparentemente imposible de romper, debajo de los buenos deseos.
Es curioso, parece que el «Espíritu» es una forma de asumir la ausencia (no de evadirla, ni taparla, ni suavizarla, sino de asumirla). Definitivamente a Dios no se le ve mucho por aquí, pero sí se ven muchos rostros desconocidos y de desconocidos. En realidad, al hablar del Espíritu, se habla de una promesa capaz de romper toda atadura y temor, incluso la de no ser comprendidos: en Pentecostés, todos entienden, pero para ello tuvo que romperse la paz del encierro, de la propia tranquilidad. No es algo que se provoca, cae como del cielo, simplemente pasa, es una gracia (las personas o situaciones que nos tensan y “ponen a prueba” no son escogidas, sólo llegan).
Escuché a un hombre que vendía paletas en la calle que empezó a hablar de Dios con otra persona. ¿Se entendieron? No. Pero por un momento, ese hombre se comportó como testigo de algo mucho más grande que él… que su medio de ganarse la vida. Se rompió algo… él mismo. A través del Espíritu, esa “ausencia” de Dios que nos permite hablar de él con mayor apertura (se experimenta más comodidad al hablar del ausente) y responsabilidad (recae sobre mí lo que diga sobre él), todo ser humano se descubre atravesado por algo que supera su autoestima, sus proyectos, sus derechos. ¿Quién puede dar paz a otro? Nadie, excepto quien toca en carne propia su dolor sin temor, sin amenaza de resentimiento y venganza: “la paz esté con ustedes… y les mostró las manos y el costado”. Quien tiene el valor de mostrar sus heridas, sin esconderse, sin amenazas ni deseos de venganza, dando paz ¿de dónde sale? Ese ser está ausente, ¿mentira? No, ausencia… está por aparecer. La ausencia es hacer un  espacio en nuestro mundo. ¿Dios está ausente? Es hora de hacerle un lugar en el mundo, ¿la humanidad está ausente? Hagámosle un espacio en nuestro mundo. Lo propio del Espíritu no es el poder ni la victoria, sino hacer lugar, espacio a otros, hacerlo juntos, por eso es amor… y si no se le ve, es porque hay que hacerle un espacio. El Espíritu no está en el interior, sino en el espacio que hacemos a otros… en el espacio que creamos con otros.